El día 3 de diciembre se celebra en todo el mundo el Día Internacional de las personas con Discapacidad, pero, ¿qué sabemos acerca de este término?
A lo largo de los años el concepto de discapacidad ha sufrido transformaciones pasando por términos como minusvalía, discapacidad o diversidad funcional, pues cosas a priori tan superfluas como las palabras pueden tener un gran poder a la hora de crear o derribar barreras. La forma en la que nos comunicamos y transmitimos mensajes es muy importante en la medida que marcamos diferencias.
Según la Organización Mundial de la Salud “Discapacidad es un término general que abarca las deficiencias, las limitaciones de la actividad y las restricciones de la participación.” Dicho en otras palabras, la discapacidad es la relación que existe entre las características de la persona y las circunstancias de su contexto social. Así pues, os lanzamos otra pregunta: ¿hasta qué punto nos puede definir nuestro entorno?
Existen diferentes tipos de discapacidad de acuerdo a las dificultades que se observan, pudiendo clasificarse en física, sensorial, intelectual, psíquica, visceral y múltiple. Acostumbramos a oír hablar de las barreras arquitectónicas a las que se enfrentan algunas de estas personas, como aceras demasiado estrechas, falta de accesos en rampa o ascensor, u obstáculos en la vía pública. Pero, ¿qué pasa con el resto de barreras? La mayoría de los obstáculos a los que se enfrentan las personas con discapacidad no son tan fácilmente observables. Los estereotipos, prejuicios y estigmas de la sociedad constituyen la base de la discapacidad, en tanto que posicionan a la persona como diferente e incapaz. Esto es así en la medida que nos encontramos ante una sociedad en donde la diferencia nos preocupa y gestionar la diversidad se nos hace más complicado que imponer la homogeneidad.
La recepción de actitudes y conductas negativas a lo largo de todo el desarrollo vital de la persona, inevitablemente conduce a una interiorización y repetición de dichos patrones. El trato distintivo, la compasión, la infantilización o la superprotección por parte del entorno minan la autoestima de la persona y potencian su dependencia, y es que, si nos tratan como un discapacitado así nos vamos a sentir. La intolerancia ajena se traduce en intolerancia propia, marcando la mayor de las barreras.
Pero, ¿por qué la diferencia da miedo? Tratar las diferencias nos obliga a salir de la zona de confort y valorar otras opciones, algo que de por sí nos crea conflicto, y es este mismo conflicto el que nos conduce a marcar distancias. Sin embargo, es importante superar este primer rechazo y ver más allá de la discapacidad, para permitirnos ver a la persona. Las barreras sociales, burocráticas, arquitectónicas… no deberían significar una frontera entre una persona y su potencial, pues no deberíamos definir a una persona por las oportunidades que le ofrece su entorno. “Si juzgas a un pez por su habilidad de trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil". Por ello, derribar barreras ofreciéndoles la posibilidad de desarrollar su propia independencia y autonomía, darles un lugar en la sociedad y una pertenencia con significado, y admitir y aceptar las diferencias va a suponer la oportunidad de desarrollar una vida con todo su potencial.
Y tú, ¿hasta qué punto crees que nos define nuestro entorno?
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