La limitación del contacto visual en el autismo y su relación con la falta de comunicación e interacción social es bien conocida, pero ha sido en estos últimos años cuando se han hecho estudios sobre la visión en TEA que han indicado diferencias respecto al procesamiento visual normativo. Estas deficiencias sensoriales ayudan a comprender otros aspectos de esta problemática.
Las investigaciones con resonancia magnética muestran mayor agudeza visual y más activación en áreas visuales centrales en la mayoría de personas con autismo, pero hay una excesiva focalización en estímulos concretos y esta fijación resta funcionalidad a una percepción compuesta por escasos elementos aislados que, además, no quedan integrados en una visión más amplia aportada por la visión periférica. Este tipo de visión es burda pero útil para la exploración global necesaria para captar las expresiones faciales, la orientación de los objetos y personas y para situarse en el espacio tridimensional. Estas particularidades visuales se han relacionado, por tanto, con aspectos motores, cognitivos y emocionales propios del TEA.
Integración de la visión y el movimiento
Coordinación pobre e insuficiente visión con una variabilidad propia del amplio espectro del autismo, pero siempre menor en cuanto a la calidad de la interacción de ambos procesos.
La visión y el movimiento se combinan para lograr explorar el entorno. En los primeros meses el predominio visual anticipa acciones que se harán posibles más adelante con la maduración. Por ejemplo, la mirada del niño ante un objeto refleja el deseo de cogerlo antes de poder hacerlo; progresivamente empieza a dominar el sistema motor y la visión acompaña y mejora la precisión y calidad del movimiento. La psicología evolutiva ha demostrado la necesidad de reaprender del mundo con cada hito del desarrollo motor grueso, ya que la posición modifica la perspectiva del espacio y se requiere volver a experimentar de nuevo y volver a calcular con destreza como moverse para no ponerse en peligro. El desarrollo de la visión periférica es fundamental para favorecer el dominio de la nueva postura, sea la sedestación, el gateo o la marcha.
El predominio de la visión hiperlocalizada en el TEA en detrimento de una visión más amplia, no permite disponer de referencias para mantenerse en el espacio y orientar el movimiento, y esta situación de inestabilidad puede afectar a la motricidad: torpeza motriz, marcha en puntillas, desorientación espacial, movimientos continuados (hiperactividad) y reiterativos de autoestimulación (dar vueltas sobre sí mismos, por ejemplo), mediante los que se intenta compensar la falta de ubicación en el entorno.
Reconocimiento de caras
En el TEA el interés por los rostros es menor o incluso rechazan este contacto expresamente, a diferencia de otros bebés con receptividad mayor a los rostros sobre los objetos desde los primeros tres meses de vida.
Cuando se fijan en las caras lo hacen menos tiempo y su vista se localiza alrededor de la boca, como zona aislada del resto, sin escanear la zona de los ojos. Esta peculiaridad visual no es la más apta para captar la emoción en la expresión de una cara y regular el comportamiento social. Diversos estudios sobre en análisis del reconocimiento visual de rostros en personas con autismo coinciden en señalar que, a menor contacto visual, mayor es el déficit social.
A modo de curiosidad vamos a referirnos al estudio de M. Levingstone sobre el famoso cuadro de Leonardo da Vinci, la Mona Lisa: Si se mira directamente la boca a través del área central de la retina (la fóvea) se ven detalles precisos pero no se alcanza a ver la sonrisa enigmática que la define. Ahora bien, cuando se dirige la mirada al conjunto, usando para ello la parte externa de la retina (visión periférica), entonces la sonrisa se percibe con nitidez. La expresión depende de músculos faciales profundos que pasan desapercibidos y ocultos por pequeños detalles recibidos a través la visión focalizada (del centro del ojo), por este motivo, concluye esta autora, la visión periférica más burda, aporta información precisa para el reconocimiento emocional. Entonces, se podría sugerir que un empleo más acertado de esta forma de ver y la inhibición de los detalles aportados por la visión central, facilita aprehender los mecanismos internos de la representación facial de emociones. Deducir un progreso en la cognición social en el autismo trabajando estos aspectos es precipitado, pero los resultados animan a seguir avanzando en esta dirección.
Cuerpo y visión
El uso de la tercera persona para referirse a sí mismos, confusión de pronombres y otras alteraciones del lenguaje comunicativo o pragmático, tienen su correlato en la dificultad para representarse a través de una imagen corporal, en la que participa el procesamiento visual.
Entre los 6 y los 18 meses el niño se reconoce a través de la imagen de otros y de la propia en el espejo. Esta imagen total es la matriz sobre la que se construye la conciencia corporal. La imagen corporal de uno mismo es crucial para situarse en el mundo, gestionar las sensaciones, regular emociones y tomar mejores decisiones (Craing, 2009).
En el TEA la construcción de la identidad es precaria, en no pocas personas un objetivo imposible de alcanzar al que las alteraciones de la visión contribuyen. El miedo a cortarse las uñas, el pelo o simplemente cambiar el tipo de ropa según las estaciones del año, da una idea de la inconsistencia de una corporalidad compuesta por partes a conservar idénticas para no perder la integridad. Es útil recordar que el cuerpo propio es una composición de una imagen y la palabra o concepto que la nombra.
En conclusión, la visión básica parece afectada de forma similar a como lo están a groso modo funciones superiores: un punto de vista fijo y fracaso en la asociación e integración en esquemas más amplios.
La utilidad de estos conocimientos es indicar signos tempranos para la detección de TEA, de especial utilidad en casos leves con buena funcionalidad:
Cuando entran a una habitación la mirada errante recorre el espacio sin ver el conjunto, dando la impresión de atravesar personas y objetos como si fueran transparentes o inexistentes, hasta dirigirse a un objeto concreto e ignorando todo lo demás.
Fijación en objeto, parte de él u otros estímulos visuales con una fijación obsesiva en ellos o en su movimiento.
Incapacidad manifiesta o tiempo de reacción muy lento para llegar a localizar algo externo a su centro atencional visual del momento.
Escaso tiempo para mirar los rostros y evitación de los ojos.
Por último, el interés de incorporar estos aspectos visuales al tratamiento e intervención: ampliar el espacio visual, coordinación de la visión y movimiento, y saber que pueden estar presentes estas alteraciones visuales en aprendizajes más elaborados que requieren funciones cognitivas superiores, sin que por ello deban de dejarse de lado estas afectaciones sensoriales básicas sobre las que queda todavía mucho que decir y hacer.
Referencias:
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Jordanica, I. Una guía para padres sobre la visión en los trastornos del espectro autista, ISBN: 978-1-326-14423-4.
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