Probablemente ya todos estamos familiarizados con el concepto de atención, pero ¿qué implica la atención realmente?
La atención es una función cognitiva que se define como la capacidad para generar, dirigir y mantener un estado de activación apropiado para el procesamiento adecuado de los estímulos. Esta capacidad resulta fundamental a la hora de dirigir nuestros pensamientos, emociones y conductas a objetivos concretos en nuestra vida diaria.
Son muchos los modelos que han surgido para intentar explicar cómo funciona la atención. Sin embargo, aquí solo mencionaremos los dos que consideramos que han tenido más relevancia en el mundo de la neurociencia, con algunos ejemplos que nos pueden resultar a todos cercanos. Por un lado, encontramos el modelo de Posner y Petersen (1990), el cual defiende que la atención estaría conformada en red, compuesta por tres sistemas independientes:
Sistema de alerta: se encarga de mantener un estado de vigilancia general, necesario para la detección rápida del estímulo esperado. Por ejemplo, permanecer despierto, evitando la somnolencia.
Sistema de orientación: se ocupa de dirigir la atención hacia un lugar en el espacio donde podría aparecer un estímulo relevante. Por ejemplo, cuando dirigimos nuestra atención a las ofertas en el supermercado.
Sistema de atención ejecutiva: se dedica a controlar de forma voluntaria la atención. Por ejemplo, cuando ignoramos el teléfono móvil mientras hacemos un crucigrama, para permanecer centrados en la tarea.
Por otro lado, encontramos el modelo de Sohlberg y Mateer (1987), el cual distingue entre diferentes tipos de atención situados de forma jerárquica:
Arousal: capacidad para mantenernos despiertos y alerta (similar al sistema de alerta de Posner).
Atención focalizada: habilidad para orientarnos hacia un estímulo en el espacio (similar al sistema de orientación de Posner).
Atención sostenida: capacidad para mantener una conducta de forma consistente durante un tiempo prolongado. Por ejemplo, estudiar durante horas para un examen.
Atención selectiva: facultad para seleccionar un estímulo relevante e inhibir los estímulos irrelevantes. Por ejemplo, buscar un producto en la despensa.
Atención alternante: habilidad para cambiar el foco atencional entre tareas que son diferentes, alternándolas. Por ejemplo, poner la mesa mientras cocinamos.
Atención dividida: capacidad para atender a dos tareas al mismo tiempo. Por ejemplo, conducir mientras hablamos por el manos libres del teléfono.
Mediante estas pinceladas podemos aprender a identificar cuándo la atención está trabajando más eficazmente. Pero ¿qué ocurre cuando la atención falla? Cuando esto ocurre podemos experimentar distracciones o dificultad para concentrarnos en una tarea, lo que nos podría llevar a perder el hilo de una conversación, a no atender en clase, o a saltarnos una señal de stop, todo ello con consecuencias muy variables. Afortunadamente, tanto si tenemos dificultades atencionales como si no, podemos mejorar esta función a través del entrenamiento cognitivo, por ejemplo, mediante la realización de puzzles o sopas de letras, jugando al bingo, o buscando a Wally, juegos que además de divertidos, los podemos encontrar en la mayoría de hogares. Así que ya no hay excusa, ¡comienza a trabajar tu atención!
Referencias bibliográficas:
Posner, M. I. y Petersen, S. E. (1990). The attention system of the human brain. Annual Review of Neuroscience, 13, 25-42.
Sohlberg, M. M. y Mateer, C. A. (1987). Effectiveness of an attention-training program. Journal of Clinical and Experimental Neuropsychology, 9 (2), 117-130.
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