Cuando hablamos de habilidades motoras nos referimos a los movimientos o acciones de los músculos requeridos para llevar a cabo una actividad de manera voluntaria. Se denominan habilidades porque se adquieren mediante el aprendizaje y la práctica. Son el resultado de la constante interacción entre el ambiente y el niño. Por tanto, sin experiencias previas y sin estimulación no habría desarrollo motor.
La adquisición de las habilidades motoras en los primeros años de vida es fundamental ya que el movimiento es la base de acciones imprescindibles para la supervivencia como lo son comer o desplazarse. La capacidad de movernos nos permite explorar el entorno e interactuar con las personas y objetos que nos rodean, tener nuevas experiencias y aprender de ellas, por lo que además está muy relacionado con el posterior desarrollo de otras funciones cognitivas.
Y os preguntaréis, ¿cuándo aparecen estas habilidades? El desarrollo de las habilidades motoras comienza desde que los niños nacen y evoluciona progresivamente a lo largo de la infancia. Se inicia con movimientos básicos, amplios y poco precisos, que se van refinando conforme se consigue un mayor control motor, gracias a la repetición y la práctica. En relación a esto, distinguen dos tipos de motricidad, descritos a continuación:
Motricidad gruesa: habilidad para manejar el cuerpo y hacer grandes movimientos con él (participan los grandes grupos de músculos). Requieren una buena percepción y domino del cuerpo respecto a sí mismo y al entorno, así como de coordinación y equilibrio. Actividades en las que participa la motricidad gruesa serían saltar, correr, subir y bajar escaleras o montar en bicicleta.
Motricidad fina: habilidad para realizar movimientos pequeños y precisos (principalmente con manos, pies, dedos, labios y lengua) que necesitan coordinación ojo-mano y una mayor destreza motora. Su desarrollo depende de la motricidad gruesa. Ejemplos de acciones que implican motricidad fina serían coger cubiertos, escribir, pasar páginas de libros, encajar piezas de puzzle o abrir botellas.
La gran implicación de las habilidades motoras en el desarrollo de otros procesos cognitivos hace que sea fundamental trabajarlas desde las primeras etapas de la vida, pero ¿cómo podemos hacer esto? La clave es la estimulación, tenemos que dar a los niños y niñas la oportunidad de vivir nuevas experiencias que les permitan conocer mejor el mundo en el que viven y moverse dentro de él. Se pueden potenciar estas habilidades de manera lúdica con juegos tradicionales como el “Pilla-pilla” o “La rayuela”, saltando a la comba, haciendo puzles y construcciones, con carreras de obstáculos, etc.
Además existen videojuegos, como “Wii Sport”, y juegos de mesa como el “Twister” o “Monos Locos”, que permiten estimulan la motricidad en casa y en familia. Recomendamos también la practica de deportes como el baile o las artes marciales, que favorecen la motricidad gruesa, el equilibrio y la coordinación; y actividades como la mecanografía o tocar instrumentos, que promueven la motricidad fina, la coordinación ojo-mano y la precisión. ¿A qué esperáis para empezar?
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Referencias bibliográficas:
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Castillo, R. C. (2012). La capacitación psicopedagógica para desarrollar la motricidad fina en los niños de 3 a 6 años del Centro de Educación Nacional Bolivariano “El Llano”. EduSol, 12(39), 61-71.
Haywood, K. M., y Getchell, N. (2019). Life span motor development. Human kinetics.
Singer, R. N. (1986). Aprendizaje de las acciones motrices en el deporte. Barcelona: Hispanoeuropea.
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